Un ordenador en el cerebro
El cuerpo humano se convierte en un PC
Se podría describir el transhumanismo como la tecnología avanzada de mejora del individuo. Aunque incluye modificaciones físicas como huesos hechos de nanotubos, metabolizadores de lípidos, gran parte del interés de esta tecnología se centra en la integración de cerebros y ordenadores, especialmente de cerebros y redes. Las aplicaciones transhumanistas incluyen implantes de teléfonos móviles, que permitirían la telepatía virtual, copias de seguridad y amplificadores de los recuerdos, grabadoras de pensamientos, aceleradores de los reflejos, conciencia colaborativa, y una lista muy larga de actuantes controlados por el pensamiento. La tecnología podría extenderse hasta descargar mentes enteras y cambiarlas de cuerpo, permitiendo una auto-conciencia que, en teoría, no tendría un fin definitivo o necesario. Esto es, de alguna manera, la inmortalidad. Aunque algunas de esas posibilidades están aún muy lejos, otras ya están atrayendo la atención de los investigadores, y ninguna de ellas se ha descartado como imposible.
La ignorancia no es una salida
Con todo, no está claro que boicotear la neurotecnología sea una opción realista. Cuando sea posible ejecutar una búsqueda de Google en el cerebro en medio de una conversación, leer documentos de arriba a abajo en un escritorio a un metro de distancia, coordinar telepáticamente tácticas de reunión, controlar cada aparato de una línea de producción sólo con el pensamiento. Ninguna empresa podrá ignorar el potencial competitivo de una fuerza de trabajo mejorada por neurotecnología durante mucho tiempo.
Otra preocupación que todas estas posibilidades traerían sería la administración de los derechos digitales. Cuando los cerebros puedan interactuar con los discos duros, recordar será equivalente a copiar. Presumiblemente, los creadores de propiedad intelectual reaccionarán con la mezcla habitual de reglas, algunas generosas, otras no tanto. Algunos creadores querrán que se les pague cada vez que se recuerda algo; otros permitirán mantener los contenidos en la conciencia todo el tiempo que uno quiera pero cobrarán un extra si se mueve ese recuerdo a la memoria a largo plazo; otros, incluso, querrán borrar su contenido enteramente en cuanto expiren los derechos, incluyendo lo que esencialmente sería una forma de amnesia limitada por contrato.
¿En quién confiar?
En este nuevo escenario entra en juego un nuevo concepto, la euroseguridad que consisten en definir los agentes de confianza. Su clave es que mezcla todas las identidades en un solo cerebro. Un enfoque posible de la neuroseguridad podría ser la implantación de una infraestructura de clave pública en nuestros cerebros, de manera que cada región neuronal pueda firmar y autentificar peticiones y respuestas de cualquier otra región. Además el hecho de que la neurotecnología muy probablemente sea inalámbrica sólo añadirá más dolores de cabeza al problema de la seguridad.
Los problemas de seguridad se harán más acuciantes cuando llegue la segunda generación de productos de neurotecnología: implantes corticales que permiten a los sensores almacenar datos e “imprimirlos” directamente en la conciencia. Afortunadamente, la primera generación de estos aparatos probablemente serán ojos electrónicos que devuelvan la visión a los ciegos, una función que no precisa de conexión por Internet. A partir de ahí, sólo estamos a un paso de un aparato que acepte cualquier mejora, desde cámaras de infrarrojos a programar la televisión. Una vez llegados a ese punto, la demanda de algún tipo de conectividad se intensificará. ¿Quién no querría poder leer su e-mail, mientras finge escuchar una aburrida presentación?
Los responsables de seguridad han estado durante décadas exigiendo a los usuarios que se tomen en serio la seguridad, que no utilicen “CONTRASEÑA” como contraseña, y han sido deliberadamente ignorados. Quizás la llegada de las redes neuronales finalmente anime a la gente a tomar en serio esas medidas de precaución.