SIMO 93.
La edición del presente año debería marcar, necesariamente, un elocuente punto de inflexión en la trayectoria de SIMO. Si en el pasado año fueron significativas -cualitativamente- las ausencias al certamen, en el presente, además, el parámetro cuantitativo hace más relevantes las deserciones. Ya no es posible la prolongación de forma artificiosa de la situación de privilegio a lo que se había llegado. La inercia no da para más. Por méritos propios y gracias a la envidiable salud del mercado, SIMO había alcanzado cotas de difícil superación. Mientras la boyante coyuntura económica ha cooperado, el reto para los organizadores radicaba en lograr rebasar límites aparentemente inalcanzables. Las vivencias están cercanas en el tiempo, pero la crisis ha abierto un abismo de tales dimensiones, que el pasado inmediato suena a historia lejana. Se ha perdido el paraíso. Se impone el cambio, para escudriñar el futuro.
Los organizadores de SIMO deben buscar alternativas para recuperar la motivación en expositores y visitantes. A su favor cuenta que la universalización del problema informático está obligando a responsables de ferias en otros países, a estudiar profundamente la situación para retomar iniciativas y reconducir las ideas básicas de los certámenes, en sintonía con las preferencias de quienes están interesados en este tipo de eventos. Sería extremadamente peligroso para el porvenir de SIMO, que sus organizadores sufrieran de debilidades mesiánicas, atribuyendo las ausencias de la feria a errores de planteamiento de las empresas. Y lo peor -para SIMO, por supuesto- es que aquellas empresas que por diversos motivos decidieron no acudir a la feria, hayan encontrado vías diferentes para promocionar ventas, mucho más rentables. En esta tesitura, ¿por qué incurrir en la debilidad de mirar hacia atrás, sin argumentos sólidos que lo justifiquen? El cambio de actitud por parte de las empresas puede generalizarse y perpetuarse, si los organizadores de SIMO no ofrecen innovaciones capaces de atraer nuevamente la atención.
La situación ha cambiado tanto que, de acuerdo con directivas de la Comunidad Económica Europa, sociedades no españolas podrían organizar ferias en España. Los privilegios localistas tienden a resquebrajarse si las organizaciones son incapaces de mantener el pulso con quienes están estratégicamente mejor situados, o han elegido ubicación en zonas con elevado índice de comercio interior bruto, algo que es tenido muy en cuenta en las ferias de demanda. Y no perdiendo nunca el horizonte de lo esencial en las ferias, los expositores, habrá que pensar exclusivamente y permanentemente en ellos, en todas las decisiones a tomar por los organizadores. Hay que huir de la excesiva atomización de ferias -principalmente porque los expositores, hoy día, no disponen de recursos para poder responder- en favor del gran certamen, como sintetizador de ventajas. Nada de concepciones maximalistas, pero tampoco pacatas.
Otro aspecto que deben estudiar los organizadores de SIMO es la posible conveniencia de ajustar el precio del metro cuadrado de superficie para el stand, a las circunstancias que padece el sector. ¿Es más rentable para la feria y los organizadores mantener el precio el metro cuadrado, en detrimento del número de expositores asistentes, o rebajar sustancialmente el canon con la esperanza de incrementar considerablemente la afluencia de expositores? En este tema, como en otros, algo tendría que decir el Comité Directivo de SIMO, al que pertenecen los expositores. ¿Ejercitan las empresas el poder -al menos teórico- que tienen? ¿O es que todo les parece bien?. Ellos tienen una gran parte de responsabilidad, en lo que ha de ser el SIMO de los próximos años.