¿Quién manda en Digital España?
El nombramiento de Ramón Estévez, ex-Director General de Data General, como máximo responsable de Digital España, pone fin a un largo proceso de selección que ha disparado todo tipo de conjeturas sobre la viabilidad de Digital en nuestro país. El relevo de Enrique Martínez de Meana, coincidente en el tiempo con la marcha de Manuel Pérez Muro, Director de Marketing de la compañía, y las noticias procedentes de Estados Unidos que hablan de una profunda reestructuración que puede suponer 20.000 despidos y la posible venta de algunas divisiones de Digital, han aumentado, si cabe, la preocupación de los empleados de la compañía y la desconfianza de sus usuarios.
La dilación en el nombramiento del nuevo Director General resulta inconcebible en una empresa de la envergadura de Digital, por lo que parece obligado pensar que razones de gran calado obligaron a decisiones tajantes que nadie supo explicar convenientemente porque, quizá, sólo fueron conocidas por un reducido número de personas alrededor de los protagonistas, a quienes se recomendó mutismo absoluto sobre el tema. Este planteamiento podría etiquetarse de quimérico, si no estuviera refrendado por la excesiva demora en materializarse un cambio que parecía ir de la mano de un interés estratégico para la empresa.
En estos momentos, nadie está en disposición de asegurar que el descabezamiento de DEC España fue la culminación de un elaborado proceso de cambio, detenidamente estudiado a través de diversas reuniones. De haber sido así -como ya dijimos en un anterior editorial sobre el caso- hubiéramos asistido a un acto inmediato de relevo, en vez de observar, impávidos, el continuado vacío de poder. ¿Tan grandes eran los motivos para que la Dirección europea en Ginebra actuase súbitamente? ¿Tan importantes los proyectos de consultoría a desarrollar en la filial española?
El porcentaje de negocio de la filial española dentro del conjunto de la Digital europea, siendo bajo, no debe servir de referencia única para sugerir la ralentización en las decisiones que se tomen sobre ella porque también, y más significativo aún, tendría que ser la medición de las posibilidades en nuestro mercado y el estímulo por alcanzar, en el ranking de empresas del sector, un puesto similar al de las demás subsidiarias europeas en sus respectivos países. La atención se puede polarizar por lo que se es, o por lo que se puede llegar a ser, si se está en el camino acertado y se cuenta con los recursos necesarios para competir sin complejos. Los 28.500 millones de pesetas facturados en 1993 sitúan a Digital en el tercer puesto del ranking de empresas de informática de nuestro país, pero la reducción superior al siete por ciento de su facturación -respecto a 1992- y, lo que es más importante- el descenso de su plantilla en casi un 20 por ciento, indican la delicada situación que atraviesa la compañía.
Los sesgos de partida se pagan muy caros, y si afectan a las aptitudes o atributos del Director General, el efecto negativo suele ser multiplicador. A los directivos de Ginebra, si es que lo han estado meditando, hay que achacarles demasiada tranquilidad para colocar al nuevo director de Digital España. Durante el tiempo que Digital España ha permanecido acéfala, las decisiones tácticas, las del día tras día, han sido responsabilidad de dos personas de la máxima confianza de Ginebra, nombradas ex profeso por la matriz europea: el Director Financiero -inglés- y el Director de Personal -escocés-, con la supervisión de un italiano, Alberto Fresco, vicepresidente europeo. Fruto de este pequeño sanedrín podría ser el reciente nombramiento del nuevo Director de Marketing, en base a unos criterios que no logramos entender y con una precipitación que no se corresponde con la dilación en la selección del Director General.
Si después del tiempo transcurrido para elegir el candidato idóneo, el nuevo Director General no responde a las expectativas creadas en torno al perfil imprescindible del que debería estar dotado, dejará en evidencia al triunvirato que lo seleccionó y a los head hunters que no supieron presentar personalidades de relieve, sembrando la duda sobre la carencia de grandes profesionales aspirantes al puesto. Por el bien de todas las partes implicadas, hay que desear que la elección represente un éxito incuestionable.