La visión de un consultor consagrado

Periódicamente, James Martin monta unas conferencias sobre temas de inquietante protagonismo y recorre el mundo desarrollándolas. En su periplo actual, la etapa española acaba de cubrirla en Madrid y, como suele ser habitual en este tipo de seminarios, es complicado y aventurado enjuiciar la posible rentabilidad que van a extraer quienes escucharon al gurú, en base a la posterior puesta en práctica de las enseñanzas o consejos atesorados. Quienes se sienten atraídos por el programa anunciado por el consultor piensan, aunque no lo confiesen, que van a encontrar la fórmula magistral para transformar su ramillete de incertidumbre, en una cascada de soluciones convertidas en prodigiosa panacea.

Las sesiones de James Martin garantizan interés y agilidad porque recogen fielmente la actualidad del sector y la interpretan, mientras el consultor hace gala de la extraordinaria desenvoltura que proporciona la continuada repetición del seminario. La precisión en las exposiciones y las bien seleccionadas argumentaciones, son una constante garantizada a los asistentes por lo que, si no existe la pretensión de lograr recetas eficaces para solventar dudas de cierta consideración, antes de ir tiene asegurada la amenidad y el interés del seminario. Pero no parece que el común denominador de los que acuden a estos eventos sea satisfacer un nivel de curiosidad que pueden conseguir -fraccionadamente, eso sí, y no compendiado- a través de publicaciones especializadas o en foros profesionales. Si pagan a gusto una cuota de inscripción importante, es porque desean encontrar razones donde apoyar sus informes a la alta dirección, avalar sus peticiones invocando las directrices del gurú, o descubrir la dosis de quimera o realismo que encierra un proyecto de reconversión informática.

Así como es imposible conjeturar sobre el grado de satisfacción alcanzado por los asistentes al seminario que comentamos -relacionándolo directamente con el coste- su comportamiento, ante las reiteradas invitaciones del conferenciante a hacer las preguntas que quisieran, pueden ser un elocuente testimonio del bagaje positivo obtenido. Pocas fueron las preguntas que se formularon por lo que, sin entrar en su valoración -ya que, lo que para unos es intranscendente, superfluo, o insignificante, para otros, cuando tocan el tema, será porque buscan ayudas a sus interrogantes- el hecho en sí evidencia que todos vieron colmados sus expectativas. De lo contrario, era el momento indicado para amortizar con creces su inversión, obligando al gurú a pronunciarse, orientar, y seleccionar tendencias. Las inquietudes, preocupaciones o problemas impelen al desahogo poniendo, si fuera preciso, contra las cuerdas al consultor ¿Por qué no se hizo? ¿Ninguna duda importante que disipar?

Gozar de la facultad de plantear a un consultor de la categoría de James Martin, cuantas cuestiones precisasen puntos de luz, es un lujo que no se debe desaprovechar. Como ocurrió, según comentó el propio gurú, en una reunión que mantuvo en Bruselas con cerca de 200 altos directivos. Era tal el interés demostrado por los concurrentes sobre el futuro que, una vez finalizada la cena, continuaron las preguntas y nadie daba muestras de desear culminar el acto y retirarse a casa. Normal.

En esta ocasión, James Martin puso especial énfasis en los cambios brutales que una sociedad cibernética va a imponer en las estructuras empresariales, dando lugar al nacimiento de la ciberempresa. Un concepto que obligará a rediseñar, total o parcialmente, corporaciones enteras, suprimiendo muchos de los departamentos que, a juicio del conferenciante, no deberán existir, ya que según aseguró James Martín lo único que están haciendo es cargar las estructuras en gran medida, sin la consiguiente rentabilización. En esta racionalización de estructuras, a los informáticos se les asignarán misiones más directamente relacionadas con los procesos de negocio, con especial atención a los beneficios de la empresa ya que, en caso contrario, perderán relevancia y protagonismo ante la alta dirección. Se trata del viejo pero todavía vigente dilema entre ser técnólogo o ser gestor. Es decir, ser una persona preocupada por los últimos avances en el campo de las tecnologías de la información, o ser alguien cuyo único objetivo sea incementrar la cifra de negocio total de la compañía. Y como sería lógico en la combinación de esos dos objetivos debería estar la solución.

Viñeta publicada el 20 de febrero de 1870 en La Flaca n.º 35 Tendencias

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