La Rentabilidad de las TI
Puntos de vista para un debate
Este final de década, y final de tantas otras medidas de tiempo, está siendo propicio para recapitular algunas cuestiones fundamentales en torno a la aplicación de las Tecnologías de la Información. Durante los últimos 20 años, empresas, organizaciones públicas, individuos, familias, colegios, hospitales o cualquier agrupación con un fin social o económico, se han embarcado en la utilización de las Tecnologías de la Información como infraestructura básica para el desarrollo de la actividad cotidiana.
De esta forma, la informática ha empapado toda actividad lucrativa o altruista de nuestra sociedad actual.
Las asignaciones presupuestarias que se realizan anualmente en el mundo, con el loable fin de hacer mejor las cosas, lo que hoy es sinónimo de hacer las cosas con ordenador, están en torno a los 1,1 billones (europeos) de dólares, es decir, 165 billones de pesetas. Esta inmensa cantidad de dinero está acelerando la transformación de nuestro mundo en una frenética carrera de progreso y mejora.
Descendiendo del terrero global al particular, cualquier empresa que participa en la actividad económica contribuye con sus “duros” a la monstruosa cifra anterior, también con el objetivo de mejorar y progresar en su propio terreno.
A finales de los años setenta se hablaba del diferencial competitivo que conseguían las empresas con fuertes inversiones en Tecnologías de la Información. Esa idea ha quedado establecida como un principio casi inamovible. Sin embargo, pasado un umbral básico de tecnificación, ¿hasta qué punto contribuyen las Tecnologías de la Información a la mejora competitiva? ¿cómo puede medirse la aportación que los Sistemas de Información hacen a la cuenta de resultados de las empresas?. El debate en torno a estas cuestiones tiene múltiples facetas, admite muchos puntos de vista y sobre todo, resulta muy controvertido.
Los Sistemas de Información tienen un significado de infraestructura básica para las organizaciones similar a la que representan las redes de transporte para los asentamientos humanos. Este paralelismo comienza por considerar que hoy es prácticamente imposible que exista ninguna organización productiva, ni siquiera de carácter individual, que pueda subsistir sin utilizar estas tecnologías. De la misma forma que no se concibe asentamiento humano, por pequeño que sea, totalmente aislado, sin medios de transporte. Se trata de un elemento imprescindible y su utilidad es incuestionable, hasta el punto de recibir los honores de “mal necesario”. Otra cuestión es el aprovechamiento que se obtiene de este “mal necesario”.
Siguiendo con la analogía establecida, al igual que la mejor utilización del transporte distingue a unos grupos de otros en su prosperidad y dinamismo en general, la mejor utilización de las Tecnologías de la Información contribuye a la mayor rentabilidad, dinamismo y competitividad de las empresas y sus organizaciones. Con esta similitud se puede concluir que el primer valor que aportan las Tecnologías de la Información a las organizaciones es tan esencial y vital como lo es el transporte y la capacidad de comunicación. En un segundo orden, su mejor utilización es un factor que contribuye a la competitividad, pero ni es el único elemento para ello, ni tiene porqué ser el más importante.
Cómo hacer de la necesidad, virtud
Para valorar la aportación competitiva de las Tecnologías de la Información, es preciso establecer una métrica. Sobre este tema fluyen todos los días ríos de tinta y se defienden toda clase de criterios, pero no hay un claro acuerdo de carácter general. La diversidad de casos, historias y teorías domina el panorama, donde la respuesta, por ahora, solo puede ser muy particular. Este debate discurre por dos caminos casi paralelos que se entrecruzan de vez en cuando. Uno es la personalidad del negocio, la empresa o la organización y el otro las características intrínsecas de la tecnología. Mejorar en la actividad del negocio supone mejorar en los procedimientos internos y en los comportamientos externos cara al mercado. La tecnología siempre ha supuesto un mejor orden en los procesos internos, tanto orientados a la producción como en los correspondientes a la información asociada con dicha producción. La tecnología ha sido una de las fórmulas clásicas de afinar la mecánica de la empresa. Ante la evidencia de este potencial beneficio, muchas inversiones en TI se enfocan hacia el exterior, hacia los clientes, conformando servicios con gran peso técnico. En estos casos, el valor de innovación y su refuerzo al modelo de negocio puede ser una medida de retorno.
Para los Directores de Sistemas de Información, la tecnificación del modelo de negocio se mide, generalmente, en términos de usuarios. Hablando de manera pragmática, la preocupación de estos responsables comienza por dotar del adecuado equipamiento a los usuarios finales. Aquí el debate toma la senda de la tecnología disponible.
Para qué invertimos en tecnología
Las Tecnologías de la Información se han utilizado, y se siguen utilizando, como una fórmula para automatizar tanto los procesos productivos como los procesos “informativos”. En la primera parte, la utilización de la tecnología se considera como un ingrediente más del equipamiento productivo y, por lo tanto, su coste se añade, sin más, al coste de dicho proceso.
En ese área, los índices están claros. Es fácil repercutir los costes de producción sobre las unidades producidas y aplicar los esquemas convencionales de esta actividad. Sin embargo, la mayoría de las organizaciones se cuestionan cómo medir la rentabilidad de las inversiones que se hacen en Tecnologías de la Información y las comunicaciones para las actividades relacionadas con la información de la empresa.
Esta inquietud es cada vez mayor, puesto que, como ya se ha dicho en repetidas ocasiones, cada vez es más patente la disociación entre la parte material y la parte informativa de la cadena de valor correspondiente a una organización.
Qué tecnología ofrecemos al usuario final
Hasta ahora, este equipamiento se suele hacer con el electrodoméstico de carácter universal denominado ordenador personal. Entre las características de este dispositivo, la primera y más destacable podría ser la de su carácter de electrodoméstico. Es decir, su claro comportamiento como equipo sometido a las leyes del consumo y poco adaptable a su utilización industrial. En su esencia, está el ser un bien con un cortísimo ciclo de vida que pone en difícil situación su amortización interna, su reciclaje y su continuidad como equipamiento industrial.
Por las razones anteriores, se estima que el coste de cada una de estas máquinas de escribir, dotada con pantalla y gran capacidad de almacenamiento, cuesta al año entre 8.000 y 10.000 dólares. Sin duda, hoy este dispositivo, a pesar de llevar más de una década en el mercado, está llegando al final de su ciclo, al menos, tal cual lo conocemos hoy. Es lógico suponer que evolucione hacia productos más especializados y adaptables al puesto de trabajo.
La oportunidad de evolución de estos dispositivos está tanto en el lado de los fabricantes actuales, como en el lado de las compañías de telecomunicaciones, que tienen la oportunidad de cambiar la evolución de este tipo de productos con mayor facilidad que los propios fabricantes actuales. Solamente a título de ejemplo, pensemos que hoy el interface hombre-máquina del ordenador personal se concentra en el teclado y la representación visual. En un futuro, el interface de voz en ambos sentidos (hablar y oír) cambiará la morfología y funcionalidad de este dispositivo. Quizá el teléfono y el magnetófono evolucionen y se integren en el dispositivo que sustituya las fórmulas actuales de PCs móviles y estáticos. En cualquier caso, resulta difícil sostener costes como el mencionado anteriormente por pues