La nueva Wang.
La compañía Wang, que acaba de salir del Capítulo 11 de la Ley de Quiebras norteamericana, ha realizado en apenas 13 meses una completa reestructuración que ha convertido a la compañía en una empresa más pequeña, más sabia y más concentrada en el negocio, lejos de aquella Wang con 500.000 millones de dólares de deuda, 10 años de alquileres de edificios nunca utilizados, accionistas enfadados y clientes descontentos.
La nueva Wang, cimentada sobre el Capítulo 11, cuenta con un balance saneado -que incluye 150 millones de dólares en cash- ha reducido su ratio deuda/capital del 90 por ciento al uno por ciento, ha racionalizado su estructura, ha convertido en accionistas a sus acreedores y planea lanzar durante este año una oferta pública de acciones.
La Wang renacida se ve a sí misma como una compañía de software, centrada en los mercados de gestión de imagen y oficina. Continuará soportando, e incluso ampliando, su serie VS de miniordenadores y, como todas las empresas del sector, espera convertirse en una integrador de sistemas.
Pero lo que la compañía pueda hacer en realidad es bastante cuestionable; ciertamente, Wang ha renovado su estructura, ha saneado sus cuentas, y sus productos son tecnológicamente avanzados. Pero en su contra juegan dos elementos: en primer lugar, el mercado de la gestión de imagen no se ha demostrado tan gigantesco como se esperaba hace algunos años y, en segundo, la compañía basa la mitad de su facturación en el servicio de mantenimiento a su base instalada que, desgraciadamente para Wang, está migrando hacia otras plataformas a una velocidad insospechada. ¿Conseguirá el software de oficina (que ahora supone un negocio de apenas 100 millones de dólares) marcar la diferencia de la nueva Wang? La oportunidad para la compañía se centra en realizar un retorno sonoro, mantener a sus clientes satisfechos y demostrar que su negocio puede crecer.