Juego sucio

Hemos detectado que continua implacable la ominosa práctica de descalificar al competidor, no ya por sus carencias o deficiente oferta, sino con tergiversaciones o difamaciones (directamente dirigidas a la empresa, a componentes de su plantilla, o a los productos) tendentes a destruir toda posibilidad de éxito en la venta. Es imposible cuantificar el número de desaprensivos -por utilizar un eufemismo- que están inmersos en esta deleznable manera de entender los pulsos comerciales. Pero no es descabellado pensar que la cultura del pelotazo, que al parecer ha arraigado en España, puede haber influido en los hábitos y comportamientos de quienes imperativamente están obligados a incrementar sus facturaciones. Con este caldo de cultivo, la proliferación de comportamientos espúreos de competencia, por parte de elementos pertenecientes a las plantillas de empresas de nuestro sector, se ha acentuado, y no se vislumbran posibilidades de apaciguamiento. ¿Hay que adaptarse a la situación para seguir viviendo?. Así, ¿hasta cuándo? y ¿hasta dónde?

Esta soterrada y malévola fórmula para derribar antagonismos podría socavar el terreno de sus practicantes, convirtiéndose en un destructor boomerang. Lo malo es que, quienes defienden el día a día sin tiempo para levantar la cabeza, mirar el horizonte, y meditar, son insensibles a los auspicios o planificaciones a medio plazo, y les preocupa, con urgencia, contabilizar gestiones de signo positivo.

No ponemos en duda que las sibilinas y tendenciosas acciones de determinados comerciales son fruto de su imaginación, influida por la agobiante necesidad de vender. Porque, los altos directivos, conocen perfectamente lo peligroso de este juego y no les interesa dictar normas que, vulnerando la ética, contribuyan a ponerles contra la pared si sus colaboradores, algún día, por discrepancias, choque dialéctico o abandono de la empresa, deciden denunciar públicamente lo sucedido. Otra cosa es que, llegando a conocer los hechos por testimonios de foráneos de la empresa, decidan no intervenir por estimarlo más rentable. Conocemos casos en los que las procacidades y falacias utilizadas por algunos comerciales para marginar al más directo competidor, fueron advertidas por personas que, conociendo bien a sus respectivos directores generales, decidieron informarles de estas anómalas conductas. Ninguno de esos directores generales reconoció -ante el amigo correspondiente que trataba de ayudarle en un escabroso problema que podría acarrearle desagradables consecuencias- estar al corriente de lo que escuchaba. Y la mayoría vino a decir que prefería hacer caso omiso de la situación ya que, debido a las dificultades del mercado, exigía mucho para que su gente cumpliera objetivos y, además, como eran conscientes de que en otras empresas también se hacía algo similar, no iban a impedir que cada cual defendiera su terreno como pudiera. Muchas familias dependían de la empresa y había que sacar esta adelante.

Inevitablemente, el malvado y persistente pulso establecido para no perder cuotas, hace que crezcan las osadías para salir ganador. Hasta hace poco era impensable, por imposible, que después de soltarle al potencial cliente una retahíla de versiones afectando a impactantes carencias o al anuncio de la próxima desintegración de su rival, se estuviera dispuesto a avalar de algún modo las afirmaciones. Por eso, cuando el presunto comprador solicitaba que le dieran por escrito las revelaciones verbalmente expuestas, con el fin de proteger la elección de suministrador ante sus superiores, obtenía evasivas y no tangibles respuestas. Pero ya se han transgredido estos límites que parecían infranqueables y -aunque todavía sean excepciones- se están dando casos en los que, invocando extrañas justificaciones, ese tipo de información se está facilitando. Con etiqueta de muy confidencial ¡eso sí! y selectivamente. Pero se la están jugando.

Viñeta publicada el 20 de febrero de 1870 en La Flaca n.º 35 Tendencias

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