Ejemplos no deseados

La afirmación de que a los altos directivos –del sector público o privado– les produce una especial y casi orgásmica satisfacción ocupar puestos en los que ejerzan protagonismo en las decisiones de compras no admite controversia. Algunos porque ejercitan al cien por cien su vanidad; otros porque, en esa faceta, se consideran importantes –algo que se potencia por la gran cantidad de halagos que permanentemente reciben de los proveedores– se dejan agasajar, aceptan detallazos de todo tipo, e incluso, en ciertas ocasiones van pergeñando el salto a un nuevo ciclo profesional, siempre mejor retribuido que el del puesto que deje. Hay un tercer grupo, que engloba las virtudes de los dos anteriores. En la vida profesional se pueden conocer casos en los que medran estos especímenes y hay que asumirlo, por las circunstancias de la vida, como algo inevitable. Pero son muy censurados. He escuchado muchas opiniones, muy críticas y contundentes –provenientes del sector público y del privado– en relación con el caso de Sebastián Muriel que, después de permanecer durante cuatro años en Red.es como director general, ha sido fichado por Telefónica para que, en la filial Tuenti –de la que posee el 92% del capital– ocupe el puesto de vicepresidente de Desarrollo Corporativo. Todos esos censores piensan que la Ley de Incompatibilidades de altos cargos tiene que tener lagunas en su redacción –una cosa es la letra y otra el espíritu de la ley–. Poner el acento ahora en que durante los tres últimos años Telefónica firmó con Red.es contratos cercanos a los 100 millones de euros y patrocinó el proyecto estrella FICOD (Foro Internacional de Contenidos Digitales) no sirve para nada. Sin cuestionar un ápice la legalidad del proceso, ¿por qué no se guardan las formas?

Viñeta publicada el 20 de febrero de 1870 en La Flaca n.º 35 Tendencias

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