Tecnología, motor y balanza de la sociedad
Los mayores progresos sociales y económicos experimentados por el conjunto de la sociedad han venido marcados por formas de interacción “de suma no cero” y éstas han sido propiciadas en gran parte por las nuevas tecnologías. En mi opinión, dos aspectos serán determinantes a la hora de hacer realidad este progreso global: la dirección de las inversiones por parte de los gobiernos y el énfasis en la innovación por parte de la industria. En un mundo interdependiente, la competitividad dirige el crecimiento y éste, a su vez, genera trabajo y oportunidades sociales y económicas. Una nación que no hace lo necesario para competir en una economía global, se perjudica a sí misma y este daño repercute también en el crecimiento global.
Ha habido momentos en la historia –desde la invención de la rueda hasta la llegada del automóvil, del avión y de Internet– en los que la tecnología ha supuesto avances reales para toda la sociedad y en los que todo el mundo ha querido participar. Creo que la coyuntura actual responde a uno de estos momentos propicios para avanzar con fuerza. El amplio potencial de la industria, que se ha estado forjando durante la pasada década, nos permite ahora dar un importante salto económico y también social. Ni las barreras técnicas ni otras excusas lo impiden. Ahora, el reto real para la industria no es una cuestión de tecnología, sino de liderazgo. Todos deberíamos estar deseando tomar parte de este avance económico y social y materializarlo en resultados de progreso. En mi opinión, dos son los factores que determinarán cómo se escribe la historia: la dirección de las inversiones por parte de los gobiernos y el foco en la innovación por parte de la industria. Sin ambos esfuerzos, siempre hablaremos de lo que “podría haber sido”. Con ambos en marcha, creo que podremos transformar todo este potencial en un progreso social y económico real y para todos.
En la última década, hemos observado que la economía de la información y de las comunicaciones funciona excepcionalmente bien en sociedades altamente emprendedoras donde las personas con nuevas ideas tienen acceso al capital; donde las barreras para establecer un nuevo negocio son fácilmente superables; donde existen y se respetan las normas y reina la transparencia; y donde los ciudadanos pueden sentir que aprovechan sus vidas al máximo.
En este contexto, las naciones más competitivas de la economía global son aquéllas que invierten en educación y formación, investigación y desarrollo y, por último, en la creación de un entorno que respete las normas, que sea transparente y en el que los individuos sean valorados por su contribución y se potencie su espíritu emprendedor. Y esto incumbe a los países y también a las empresas de los distintos sectores. Llevar a cabo los cambios para mantener la competitividad es duro, pero no hacerlo tendrá consecuencias mucho más duras.
Nosotros, en el último año, hemos invertido 4.000 millones de dólares en I+D, generando alrededor de once patentes diarias y acelerando la velocidad de innovación. Nuestro foco ha estado principalmente en dos frentes: simplicidad de uso y seguridad. Tecnología sencilla para ser utilizada por el mayor número de personas en el mayor número de situaciones, dotada de la seguridad necesaria para salvaguardar la información sensible y controlar su uso. El objetivo es innovar pero bajo la premisa de que los desarrollos tengan una aplicación real que mejore la vida de las personas.
Creo que tenemos la oportunidad de redefinir lo que significa el liderazgo y hacer realidad la promesa de la cooperación “de suma no cero”, en la que todos participemos con el propósito de mejorar la sociedad de la información y el mundo. Si el conjunto de naciones hiciera las inversiones necesarias para materializar la innovación en información disponible por todas las personas en todo el mundo en cualquier momento, realmente estaríamos al inicio de una nueva era, un momento mágico en el que la tecnología podría impulsar notablemente la economía y el conjunto de la sociedad.