No quiero pensar mal

Pienso que hay que creer en lo que predican los gestores, hasta que los hechos desacreditan sus mensajes y desmontan y destrozan quiméricas argumentaciones. Por ello quiero abrir un paréntesis –pequeño, eso sí– a la esperanza y creer en la buena fe de la Ley de Agencias Estatales. Porque, la constitución y puesta en funcionamiento de cada una de ellas se basa en los términos que recoja su Estatuto, redactado por cada cúpula directiva, y presentado para los trámites de su aprobación al titular del ministerio donde estén adscritas. Esa cúpula está compuesta por el Presidente de la Agencia que lo es también del Consejo Rector, cuyos miembros son nombrados también por el mismo titular del departamento “quien designará directamente a un máximo de la mitad de sus componentes”. Siendo trascendental la voluntad del ministro para decidir sobre la mitad, no quiero pensar que pudiera influir más o menos indirectamente en la otra mitad. Asimismo, el personal directivo de las Agencias –seleccionado “en atención a la especial responsabilidad, competencia técnica y relevancia de las tareas a ellos asignadas” –es nombrado y cesado por su Consejo Rector. Además, el Estatuto de las Agencias “puede prever puestos directivos de máxima responsabilidad a cubrir, en régimen laboral, mediante contratos de alta dirección”. Teniendo en cuenta cómo y por quién se realizan los nombramientos de las cúpulas y sus dependencias no quiero pensar que se puedan utilizar los cargos de las cúpulas para fomentar adhesiones, asegurarse servilismos, premiar servicios prestados o comprar a interesados practicantes del arribismo. En el caso de las TIC, conocemos ejemplos que no deseamos que se repitan al socaire del tema Agencias.

Viñeta publicada el 20 de febrero de 1870 en La Flaca n.º 35 Tendencias

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