Microsoft y el software libre

Durante mucho, mucho tiempo, escuchar a Steve Ballmer, CEO de Microsoft, hablar del software libre en general y de Linux en particular era como mentar al mismísimo Diablo: su cara se transfiguraba, las venas de sus sienes se dilataban, y la emprendía con frases como “cáncer de la sociedad”, “destrucción de puestos de trabajo”, “ausencia de innovación” o “carencia de servicio”… En su visión, los productos de software libre eran “clones” de productos comerciales hechos por aficionados, un riesgo para cualquiera, algo que ninguna empresa seria instalaría y a lo que nadie osaría proporcionar un mantenimiento serio. Desde su óptica, los costes totales derivados del “lado oscuro” serían siempre mucho más elevados que los resultantes de permanecer en el “lado bueno”. Mediante una estrategia de desarrollo de miedo, incertidumbre y dudas, Microsoft intentó por todos los medios hacer ver que las empresas usuarias de este tipo de software estaban sometidas a un enorme riesgo de ser demandadas legalmente por apropiación de la propiedad intelectual, y que, prácticamente, nunca podrían dormir tranquilas… El pasado 3 de noviembre, Microsoft anunció una alianza con Novell para dar soporte completo a SUSE Linux, asegurar la compatibilidad total entre ambas plataformas, revender servicios de mantenimiento de Linux a sus clientes, y garantizar la no agresión a éstos por la vía legal y el uso de patentes. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo interpretar un acuerdo de este tipo? En primer lugar, como un triunfo del software libre. El acuerdo de Microsoft con Novell, unido a los recientes movimientos de otro gigante del software, Oracle, en el mismo sentido, deja meridianamente claro que el software libre es, sin lugar a dudas, la plataforma de desarrollo del futuro. Que como muchos académicos dijimos en su momento, la reducción de costes de comunicación y coordinación ligadas al desarrollo de Internet había dado lugar a un escenario en el que nunca más volvería a ser eficiente desarrollar software en el interior de una corporación y detrás de un muro que protegiese “los secretos del código”. Las ventajas que la apertura proporcionaba en términos de velocidad de reacción, adaptación e independencia eran patentes, y ya no podían ser ignoradas por empresas que veían como, año a año, el interés de sus clientes por estas alternativas crecía sin parar. El código cerrado, en cambio, sólo daba ventajas a quien guardaba su llave. Así, en la última encuesta desarrollada por IBM, más de dos tercios de las empresas consultadas afirmaron que su inversión en Linux crecería en los próximos años, frente a un número no significativo de compañías que dijeron lo contrario. ¿Qué implican estos movimientos para usted? ¿Pretende Microsoft “dividir y vencer” al mundo del software libre creando diferentes “clases”, unas “judicialmente seguras” y otras que no lo son? Olvídelo, eso no es su problema. Hoy es tan posible que le demanden por utilizar Linux como que el cielo caiga sobre su cabeza. ¿Qué quiere decir, entonces, este acuerdo? En primer lugar, que si no pertenece al enorme grupo de compañías que ya gravitan parte de sus sistemas hacia el software libre, debe hacerlo rápidamente, o dejará de generar por la vía del aprendizaje temprano muchas de las ventajas competitivas que ese tipo de arquitecturas pueden brindarle. En segundo, que como siempre, las visiones “religiosas”, de “talibanismo”, “apostolado” o “evangelización” en tecnología nunca deben ser tenidas en cuenta: las opciones tecnológicas se evalúan con criterios estratégicos y de rentabilidad, sin supersticiones ni cuentos de viejas, aunque sea Steve Ballmer quien los cuente. Hoy, hasta Microsoft crea comunidades de desarrollo basadas en mecánicas –que no filosofías– parecidas a las del software libre, para así mejorar sus productos. En el futuro, el código cerrado será visto como un absurdo, como una rémora al progreso que tuvo lugar en la antigüedad, en los “años de la oscuridad”. Realmente, nunca estuvo más claro: el futuro es abierto. Enrique Dans, profesor del Instituto de Empresa

Viñeta publicada el 20 de febrero de 1870 en La Flaca n.º 35 Tendencias

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